En julio murió João Gilberto. Me sorprendió que la prensa española no echara el resto para conmemorar su personalidad musical. Se lo comenté a un directivo de televisión y me dijo que ya nadie sabía quién era. Poco importa eso, la responsabilidad de los medios está por encima de los despistes de la ciudadanía. La trascendencia de Gilberto en la historia de la música popular merecía esa atención no prestada. Sería difícil encontrar hoy un ejemplo para evidenciar lo que significó su irrupción estelar. Su personalidad era un secreto a voces en el Brasil moderno y cosmopolita de finales de 1950. Pero, al grabar su primer disco bajo la batuta de Antonio Carlos Jobim, João Gilberto se convirtió en una celebridad. Primero nacional y luego internacional. Chega de saudade fue un disco que viajó por el mundo. Bajo la colonización cultural que padecemos en nuestros días sería como si un disco de un cantante checo se convirtiera en la revelación del año. No tan solo eso, sino que desembocara en una influencia tan planetaria que revolviera los conceptos musicales de las mejores voces. Por resumirlo, Frank Sinatra acabó tratando de imitar las cadencias de João Gilberto porque se sintió impelido a hacerlo si quería seguir pilotando la locomotora vocal del siglo XX. (Seguir leyendo)